Por Carmen Martínez
Érase una vez un árbol vigoroso y fuerte de hoja caduca. Al llegar la primavera, empezó a brotar para vestirse con sus hojas. La primera que salió, vanidosa de su hermosura, vivía orgullosa en lo más alto del árbol.
- ¡Qué bonita soy! – se decía meneándose con mucha gracia.
Pero llega el otoño y un día de viento caen al suelo la mayor parte de ellas. Ella dice
- ¡Qué pena! Yo me siento guapa entre verde y amarilla, y aún me mantengo aquí.
Pero llegó otro día, con un viento más fuerte y le tocó caer con las últimas. Ella voló y voló lo que pudo, pero al fin se vio en el suelo.
Muy triste por lo ocurrido dijo:
- ¡Cómo me gustaría volver a volar!
Y en este pensamiento aparece una oruga dispuesta a comerse un bocado de ella. Pero tuvo otra oportunidad, sopló un suave vientecillo y la puso encima de una gran piedra. Y otra vez se dice:
- ¡Qué bien me he puesto aquí! Y aún sigo preciosa. ¡Cómo me gustaría volver a volar!
Un día se desencadena un gran huracán y levanta a la hoja, cayendo sobre el alfeizar de una ventana. Allí dormía una jovencita que pasaba las vacaciones en su casa. Ella soñaba con aquellos ojos negros que la miraban y la miraban todos los días en clase.
Cuando llegaron las vacaciones se dieron la mano y sus direcciones. Pero ni uno ni otro se habían atrevido a decirse nada. Ella sabía que a él le había quedado una asignatura pendiente.
Abrió la ventana y vio la hoja. Exclama:
- ¡Qué preciosidad!
La coge y es cuando se le ocurre mandarla en una carta.
- Quiero que esta hoja que encontré en mi ventana te sirva de marcapáginas para recordar tu asignatura. ¡Hasta pronto!
Llegó mediados de septiembre. Se vieron pronto en la Universidad. Él colocó en su pupitre o mesa de trabajo un pequeño sobre. La joven lo abre, vio que estaba la hoja escrita y ponía:
¡te quiero!
Y así la hoja presumida se inmortalizó metida en un pequeño cuadro.
